Cuando el estrés afecta a nuestro apetito…
Cuando tienes un momento tenso -una disputa con un compañero de trabajo, una crítica injustificada por parte de tu jefe, se acerca la fecha de tu boda…- tu cuerpo genera una reacción que busca ayudarte a enfrentar la amenaza, en la forma de pelear o huir. En ambas opciones se moviliza una tremenda cantidad de energía. Y ya sea que la uses o no (por lo regular no la usamos), tu cuerpo te exigirá comida alta en carbohidratos y grasa, como una manera de “recuperarte” de la pérdida de energía. Una solución fácil, sabrosa y de fácil alcance en la máquina expendedora: nuestros amigos los chocolates.
Además se ha comprobado que el chocolate influye sobre el sistema de recompensa del cerebro, o sea, comer chocolate químicamente se siente rico.
Una excelente recompensa ante un día tan agitado.
¿El problema? ¿Qué ocurre cuando tu cerebro asocia “placer” o “confort” con el chocolate? Se vuelve un hábito, muy difícil de eliminar hasta que reconoces la relación del consumo de la golosina con el estrés; tu cerebro te exigirá su “premio” cada vez que te ayude a afrontar los retos del día a día.